Fue hace unos años. Contactamos a través de internet. Vi un anuncio del que me llamaron la atención las fotos. Eran de cuerpo y mostraban poses de culturista. Ofrecía servicios como entrenador y masajista. No estaba en mi ciudad, pero me gustó tanto que le envíe un mensaje simplemente felicitándole por su físico. Al cabo de unos días, me contestó que era probable que, en un par de semanas, estuviese de paso por mi zona. Le respondí de inmediato que estaba interesado y le explique lo que estaba buscando para ver si le encajaba. Él me dijo que no tenía ningún problema en exhibir sus músculos, es más, le gustaba. Había competido en alguna ocasión y trabaja en un gimnasio. Tampoco tenía inconveniente en que le tocase por todo el cuerpo, con una condición: era hetero y los genitales eran zona vedada. Pactamos las condiciones, dejamos todo claro de antemano y nos citamos.
Llegó el día. Era verano y hacía calor. Habíamos quedado en la puerta del hotel donde se alojaba. Nos habíamos dicho cómo iríamos vestidos para reconocernos. Yo llegué puntual. Estaba nervioso e impaciente, y él no aparecía. Cuando pasaban 15 minutos de la hora, empecé a pensar que no vendría y decidí esperar diez minutos más antes de marcharme. Cuando iba perdiendo la esperanza, de repente vi aparecer a un tío vestido con ropa de deporte: zapatillas, pantalón corto, camiseta amarilla ajustada, gafas de sol y gorra puesta hacía atrás. Por el tamaño de sus músculos, tenía que ser él.
Miró hacia mí y le hice un gesto de confirmación. Se acercó y nos dimos la mano. Me pidió disculpas por el retraso, y yo le quité importancia. Acto seguido, entramos al hotel y nos dirigimos al ascensor. En el interior, hubo cierto silencio incómodo, comentamos el calor que hacía y se volvió a disculpar por el retraso. Se quitó la gorra y las gafas de sol y no pude evitar hacerle un escaneo completo. Unos 27-28 años, sobre 1,80 de altura, pelo moreno peinado hacía atrás, ojos oscuros, barba de un día, mandíbula marcada y un cuerpazo. En el reducido espacio del ascensor, su presencia imponía. Los pectorales se le marcaban bajo la camiseta, y la manga corta apenas podía contener sus bíceps. Salimos del ascensor y, en el camino a la habitación, no me podía creer lo que tenía delante; tenía el pulso acelerado y la boca seca.
Entramos en la habitación. Estaba un poco desordenada, parecía que había andado apresurado. Me ofreció agua, lo cual agradecí por el calor y para aclarar la garganta. Yo estaba tenso y él se dio cuenta . Entonces me preguntó: ¿te gusta lo que ves?. Ya lo creo, tienes un cuerpo increíble -le contesté-. Él sonrió con satisfacción y dijo: "Mi trabajo me cuesta. Ahora tranquilo y a disfrutar, que es a lo que hemos venido". A partir de ese momento, el ambiente se relajó. Di lo que te apetece -me dijo-. Yo, a pesar de todas las cosas que tenía en mente, no fui capaz de contestar. Él se hizo cargo de la situación y me propuso empezar a tocarle un rato por encima de la ropa. Después, se iría desnudando hasta quedarse con un slip minúsculo de los que se usan en las competiciones, y empezaría a hacer poses mientras yo lo observaba sentado en el sillón de la habitación. Perfecto -le contesté-.
Así comenzó la sesión, cogió mis manos y las puso sobre sus pectorales, por encima de la camiseta: "disfrútalos". Yo me preguntaba si realmente aquello estaba pasando. Empecé a sobarle el torso y los brazos. Le pregunté que de qué parte de su cuerpo se sentía mas orgulloso. Me sorprendió su respuesta: los antebrazos. Realmente los tenía muy desarrollados. Los tensó para mí y seguí con ellos. Después, me senté para ver como se iba quitando ropa y empezaba a hacer poses. Para mí, tenía un físico espectacular: músculos grandes y duros, marcados pero no excesivamente secos, con algo de vello recortado. Pero lo mejor era su actitud. Se esforzaba con las poses, disfrutaba con ellas, irradiaba poder y fuerza. Le pedí que hiciera flexiones y me acerque para tocar sus brazos. Una fina capa de sudor iba cubriendo su piel. Le dije si se podía tumbar boca arriba y me senté sobre él, le agarré las muñecas contra el suelo y volqué todo mi peso para inmovilizarle. Le pregunté si se podía liberar, y, en un segundo, levantó mi peso soltando una carcajada.
Se levantó y se puso frente a un espejo de cuerpo entero que había en la habitación. Yo me quedé en bóxer, me coloqué tras él y empecé recorrer su cuerpo con mis manos mientras veía sus poses reflejadas en el espejo. Empecé a magrearle: hombros, espalda, glúteos; de ahí, a la cintura para pasar a los abdominales; y, por último, subir a sus pectorales, apretándolos con fuerza. Por el espejo percibí su erección bajo el slip y le pregunté si la podía tocar. "Eso no", me respondió. Tuve miedo de haberle incomodado y le pedí perdón por si le había molestado. "Tranquilo -me dijo-, no pasa nada, pero no lo veo para mí",
Me dispuse a seguir con la sesión, cuando de repente me soltó: "hazme petting". Por mi cara, dedujo que no tenía ni idea de lo que era: -es como follar, pero solo frotando los cuerpos- me contestó. Le pregunté si me podía quitar el bóxer, a lo cual accedió. Él continuó con el slip puesto. Yo seguía a su espalda, y él frente al espejo. Me acerqué más y apreté mi cuerpo contra el suyo. Agarré sus pectorales con fuerza y comencé a frotarme. Mi pecho deslizaba por su espalda empapada en sudor mientras mi pene se rozaba entre sus glúteos. Empecé a trabajarle los pezones. Acerqué mi aliento a su oreja y le lamí el lóbulo. Le susurré que era un dios del músculo, que su cuerpo era una pasada y que me podría correr sólo con mirarlo. Su respiración se hizo entrecortada cada vez que le presionaba con fuerza los pezones. Me di cuenta de que, por un momento, yo había tomado las riendas. Sentí que su placer estaba en mis manos y que tenía sus músculos a mi disposición. Quise gozar de aquella sensación y me detuve en seco para ver su reacción. "Tócame, dime más", me pidió. Saboreé aquel instante y, de nuevo en su oreja, le susurré: "quiero que me demuestres tu fuerza".
Se dio la vuelta y, sin mediar palabra, me cogió en brazos apretándome contra su torso. Yo, sorprendido, me agarré como pude a sus hombros y entrelacé mis piernas en sus caderas. Nuestras caras quedaron frente a frente y comenzó a moverme arriba y abajo de forma que mi entrepierna se deslizaba sobre sus abdominales. Sus músculos congestionados desplegaban toda su potencia para mover mi peso. Su respiración era cada vez más intensa. El pelo le caía en mechones por delante de los ojos, y las gotas de sudor resbalaban por todo su cuerpo. Creo que mis sentidos se saturaron por la intensidad de tantos estímulos; me sentí anestesiado, como en una burbuja de placer. No soportaría por mucho tiempo, así que le miré diciendo "no aguanto más". Asintió con la cabeza y me dijo: "dale"... hasta que llegué al límite y desbordé contra su abdomen.
Creo que los dos disfrutamos intensamente. Yo, porque tuve el privilegio de admirar y sentir su poder y su fuerza; y él, por sentirse reverenciado como un dios.
Muy bueno experiencia
Que buena historia . Gracias 🙌
hey que buena historia...
Wow...q buena experiencia. Gracias por compartir 👍🏻
Sono intensa ! Me encanto como la redactaste. Sin saltarte algun detalle de que tan grande era! Sus musculos a gran volumen! Grrr, me encanto ! 😍😍
Que gran experiencia y que bien contada! Gracias!